Volviendo a la vida


Los últimos cajones del trastero ya los había cargado. El nieto de Blas, Celestino, un joven esbelto, de atuendo descuidado y con una cicatriz bastante acusada en la frente, paseó de nuevo por el trastero para asegurarse por última vez de no dejar nada de las pertenencias inservibles de sus abuelos. En efecto, todo apero de labranza, trofeo de caza, máquina de coser, lámparas, revistas, armas inutilizadas, canastas de mimbre, salió para no volver a la casa. Celestino cerró la trampilla de las escaleras abatibles de techo que dan acceso a la parte alta, oscura y sin suficiente ventilación de la casa del pueblo, convencido a deshacerse de todos los trastos viejos e inservibles que sus padres guardaron de los abuelos. Necesita trasladarse para vivir a la vieja casa que sus padres heredaron, al encontrar trabajo en la Panadería del pueblo,  tras dejar el precario puesto en la fábrica de calzado de la ciudad y tiene en mente hacerle una reforma.



Al bajar las empinadas escaleras al cuerpo de casa, rozó con el hombro un cuadro que al balancearse, se descolgó y cayó escaleras abajo. El cristal se partió, el cuadro tras rodar por los peldaños, se estampó en plano contra el suelo y sonó fuerte en la casa vacía. El marco portaba una fotografía en blanco y negro con la imagen de su abuelo y su padre en la puerta de la casa tras un día de caza, con un venado de montería de unas diez puntas y la famosa lunares, una perra de talla media garabita de la que le hablaba su padre cuando pequeño. Nunca prestó suficiente atención a la foto. Son recuerdos que ya vagamente le vienen. Sus padres murieron en accidente de tráfico cinco años atrás, cuando Celestino tenía diecinueve años recién cumplidos y del que aún conserva la marca del accidente en el rostro.



Se agachó, retiró con cuidado el fragmento de cristal que quedó en una esquina y portó el cuadro de nuevo escaleras arriba para colgarlo de nuevo en su sitio. Ya lo arreglaría en otro momento.

Al colgarlo, se quedó con parte del marco en la mano, se detuvo a observar parte de la foto que cubría ese trozo de marco.



- ¡No puede ser!



Exclamó, soltando una carcajada al percatarse que su madre se ve en un extremo de la fotografía medio cortada por el fotógrafo, y que no pudo ver antes por estar tapada con el perfil del marco y en la que se observa con claridad que estaba en avanzado estado de embarazo. Ella sostenía el morral que aparecía en la imagen era el mismo que acababa de bajar del trastero.

Celestino, descolgó de nuevo el marco y se acercó a un palmo de sus ojos el retrato, era él quién ocupaba la barriga de su madre. Ella tenía rostro alegre, miraba a su abuelo Blas, que a su vez se le notaba una cara de inmensa felicidad.



Celestino fue de morralero con su padre con apenas 8 años de edad. Apenas salió con su padre porque este trabajaba como jornalero temporero en las campañas de la uva en Francia, de la aceituna en Andalucía y del espárrago en Navarra.

Tras cumplir 14 años, Celestino, tenía que desplazarse a la ciudad a estudiar, y ya, instituto, novia, instituto, amigos, y el distanciamiento con lo rural y sus amistades del pueblo hizo que no se planteara el obtener la licencia de armas para cazar.



Desarmó el viejo y apolillado cuadro, sacó la fotografía y la llevó al vehículo. Volvió a mirarla, el ciervo le trae a mente que puede ser el que acaba de meter en el furgón con los trastos para llevarlos al punto limpio. Abrió la puerta lateral de la furgoneta y cogió la tabla del trofeo, en efecto, coincidía con las cuernas del ciervo del retrato. Miró la placa con los datos y detallaba la fecha y lugar, quince de diciembre del mil novecientos noventa y cuatro, en los retajos del lobo. Fecha que al leerla se dio cuenta que su madre lo trajo al mundo cuatro días después.



La tarde había caído. llevó las cuernas y el morral a la parte delantera del vehículo para verlo con la luz del techo junto a la fotografía. Al posar la tabla en el asiento, captó un escrito en el reverso de esta. Manuscrito con tinta negra y letra de rabiches, ponía;



“Este venado nos da su vida, su carne estará presente en nuestra humilde mesa y con él cierro un círculo que pensé inalcanzable. Ojalá mi nieto sienta algún día esta sensación que he sentido junto a su padre.

Fue cazado en montería, Retajos del Lobo, el 15-12-1994. Y es el único ciervo que he tenido oportunidad de cazar. “



Lo leyó varias veces. Sus ojos brillaban. Pasaron varios minutos en los que los recuerdos le invadían. Salió del furgón y llevó de nuevo todos los trastos a la casa. Los guardaría en otro lugar hasta que la reforma terminara. El trofeo del abuelo ocuparía la frontal de la chimenea, el morral no volvería a coger polvo.



Al día siguiente fue a casa de su tía, con ella vivían sus abuelos, casi noventa años tiene su abuelo Blas, que sigue teniendo una gran lucidez. Entró con el trofeo en la mano, se dirigió a su abuelo y lo abrazó. Su abuelo al verlo venir con las cuernas rompió a llorar. Le trajo al abuelo la fotografía enmarcada de nuevo, le contó el lance como si lo estuviera viviendo.



”Tú padre vino la tarde del catorce de diciembre a casa, traía un chaquetón con un buen forro para el frío, lo dejo sobre la mesa camilla y me dijo.



- mañana madrugamos, tenemos un puesto de rehala en la montería de la viñuela. Será de venados y jabalíes.



Tú abuela me dijo que preparaba la ropa y algo para tomar en el taco. Me hizo una ilusión enorme, no fui a monterías de ciervo nunca. Los días venían fríos y lluviosos ese año, pero tu abuela sabía perfectamente que no había cosa que me diera más vida que la caza.

Salimos muy temprano, no dieron aún las seis y ya íbamos de camino. Nueve rehalas peinaron ese día la mancha.

En el sorteo no conocíamos a nadie, pero nos trataron como amigos de toda la vida. Salimos con el postor para la sierra, nos contaba que se veía algún que otro jabalí y que de venado tenía buen color la mancha. Nos soltó a las once de la mañana, teníamos un puesto de cañada abierta. Los tiros se sucedían por rachas. No vimos nada en tres horas, un jabali rompió por nuestra derecha, corría hacia la cresta, no lo tiré porque cuando lo conseguí meter en el visor ya se encaminaba sobre el viso. Nos miramos tu padre y yo, hicimos bien. De repente escuchamos crujir campo, se nos acercó por el mismo sitio un venado, se paró a cuarenta metros, no nos vio, mi corazón se me iba a salir, el rifle me pesaba una barbaridad, no podía perder el tiempo, busqué apoyo en el tronco del alcornoque donde estaba situado el puesto y tiré sin más dilación. No lo vi de caer, tu padre me abrazaba diciendo;



- Enhorabuena, enhorabuena, enhorabuena.



Dejamos al animal en su muerte sobre cinco minutos. Llore y llore de alegría ese tiempo. Después nos acercamos y me pareció el venado más bonito del mundo. Tu padre me volvió a abrazar. Fue uno de los días más inolvidables de mi vida.”



Otro círculo se cerraba y entendió porqué la caza bien ejercida, no es muerte, si no vida.



Obtuvo su licencia de caza a los pocos meses de instalarse en el pueblo. Su vida en el ámbito rural, en su pueblo natal, volvió a ser la que nunca debió perder. Amaneceres y atardeceres cazando en los campos de su pueblo con los amigos de la infancia se sucedían. Y ese día, en el que él pueda también cazar su venado llegaría.




Antonio Gallardo Romero.









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