Caza incierta, buena compañía siempre (contestando a Dani)

Un viernes cualquiera estás en el trabajo y te llega un mensaje: «¿Qué haces mañana por la tarde?» seguido de unos emoticonos con tres jabalíes. Lo primero que se me viene a la cabeza mientras me empiezo a reír: «¡Arrea! El domingo tengo montería y ya me va a liar este…».

No obstante, sin pensar contesto a mi amigo Dani —sí, sí, Dani Gómez el que todos estáis pensando. Más conocido en el mundillo como Dani Playmocaza, el dueño y culpable de este tinglao (no todo iba a ser culpa de Pedro…)—. La contestación os la podéis imaginar, pero por si quedan dudas fue: «En principio nada». A partir de ahí comenzaron los preparativos. Hora, lugar de quedada…En fin, qué os voy a contar que no sepáis, lo normal.

Así que, con los nervios comunes a los previos de una jornada de caza, el sábado por la mañana comencé a preparar los bártulos para escaparme aquella tarde. Pero también tenía que dejar preparado todo para el día siguiente que tenía montería. Además, tenía que preparar todo lo que iba a llevar mi hermano pequeño que, con sus nueve años, comienza a acompañarme siempre que se puede. De esta manera, la mañana del sábado se esfumó. Un fugaz aperitivo y a coger el coche para encontrarme con Dani.

Como casi siempre, llego unos minutos antes y escribo al compañero «Ya estoy, te espero». Llega y cambiamos sus cosas a mi coche y partimos hacia el cazadero. De camino, la charla como podéis imaginar aparte de todo lo cotidiano estuvo plagada de anécdotas de caza. Llegando, nos empezamos a fijar en el entorno, atentos a cualquier animal que pudiésemos ver ya que en la zona se respira caza y conservación del medio por todos lados.

A todo esto, la lluvia hacía acto de presencia y nos planteábamos quedarnos en el coche un rato hasta que cesase un mínimo. No obstante, las ganas nos pudieron y nos bajamos del coche con todos nuestros trastos y sendos paraguas. La jornada no había hecho más que comenzar.

Mientras yo me cambiaba de botas, Dani se marchó a inspeccionar los alrededores. Cuando volvió ya me terminó de poner nervioso del todo. Desde que dejamos el asfalto no paramos de ver muestra, algo que auguraba buena tarde. Sin embargo, la zona donde nos íbamos a poner, entre la querencia del monte y unas parcelas a las que estaban entrando uno o dos ejemplares de buen porte, estaba aún más tomada. Lo que os decía, nervios a flor de piel cual novato.

¿El camino hasta el puesto y la llegada? Una odisea. No sé si os lo he contado o lo habéis leído en el relato que ha publicado Dani, pero, yo por una enfermedad de nacimiento camino con muletas y para trayectos largos voy en silla de ruedas. Los límites se los pone cada uno donde quiere.

Pues bien decidimos que primero cogería mi silla y si hacia falta por el terreno me levantaría con las muletas. Así, Dani, estuvo rápido y listo para el beneficio de su espalda y me cargó con todo cual carrito de la compra (no os exagero cuando digo que parecía que íbamos de mudanza, o bueno un poco sí exagero, pero ya se sabe que nosotros los cazadores tendemos a magnificar un poco todo en nuestros relatos). Aunque he de decir en defensa suya que me cargó cual mula para poder echarme una mano.

Hasta que dejamos el camino recto de la finca todo correcto. El problema vino cuando teníamos que abandonarlo para llegar hasta la encina que nos daría cobijo en nuestra postura. Decidimos que Dani haría un porte con lo que pudiese y yo con mi mochila y las muletas empezaría a andar hasta el lugar indicado poco a poco con mi paso lento, pero asegurando.

A mitad de camino llegaron las primeras risas, teníamos que pasar una alambrada. No sin dificultades por mi parte, con ayuda nuevamente de Dani, pasamos al otro lado y seguí hasta la encina.

Una vez que nos colocamos, quedamos en silencio fundiéndonos con el monte. Al poco rato un tropel a nuestra derecha nos alertó. Dani alumbró apuntando hacia el lugar y para nuestra sorpresa eran varias liebres en celo luchando entre ellas. Al dar la luz salen despavoridas. Nos miramos y no podemos evitar la risa. Nos la han jugado.

Al poco tiempo, tras volver al silencio de la noche sentimos otra vez el monte a nuestra derecha, esta vez más lejos. Un gruñido grave nos pone en alerta de nuevo, esta vez si estaba claro la procedencia del sonido, eran los cochinos saliendo de su letargo. No obstante, todo quedo de nuevo en silencio.
En esas estábamos cuando a Dani se le ocurre la feliz idea de levantarse para abrigarse más y dejar de hacer ruido con la chaqueta que tenía puesta —Me traía frito. Él que me había advertido de que me llevase ropa silenciosa…—.

Pues bien, vuelta a cargar a Pedro cual mula de arriero. Me pasa todo, el rifle lo último y le veo que empieza a bregar con la nueva chaqueta cual sumo zafándose de su rival. En esa pelea estaba el buen hombre cuando de repente se gira y me dice: «Trae el rifle». Pero yo no le oigo bien y él insiste: «¡Dame el rifle!». Ahora sí, le paso el arma y al agacharme para dárselo y no atizarme en la cabeza con el paraguas veo una sombra negra de buen tamaño.

No había duda, era uno de los jabalíes que tenían tomadas las gateras hacia la finca. Pero…Llega Dani y otra vez a la brega, esta vez con el rifle. ¿Qué hace?, pienso. No se encaraba ni echaba la luz de la linterna…Madre mía. Ya atina a encararse y dar la luz y para nuestra sorpresa el animal se queda parado frente a nosotros.

Al percatarse del peligro, el jabalí sale andando, pero sin prisa como con el que no va la cosa. Cuando ofreció el flanco, Dani aprovechó para mandarle el primer disparo. Ni lo roza, ay madre…Ya a la carrera le manda el segundo. Me pongo atacado: «¡Le has dado!». Pero el movimiento ya en la línea con el monte continuaba, aunque más leve, y Dani decidió disparar una tercera vez para asegurar.

De nuevo todo en silencio.

Hablando, decidimos que si hay que sacar el animal lo mejor es pensar en quitarnos del puesto pronto. No obstante, aguantamos bajo la lluvia y la niebla que empezaba a amenazar desde lo alto de la sierra. Nada más se escuchó desde el monte.

Antes de quitarnos Dani cogió el rifle y se levantó para inspeccionar la zona donde había tirado, no obstante, dado que por la noche se suelen perder las referencias y que todo tiende a volverse de la misma forma y tamaño, no vio nada. Desalentado volvió hasta el puesto y emprendimos la vuelta al coche y a casa.

Toda esta historia, puede verse afectada por el paso de los días y el recuerdo en mi memoria de cazador, que ya sabemos que tendemos a exagerar. Lo que tengo claro es que los ratos de monte, si es con amigos, se vea o no se vea caza, se dispare o no se dispare, no los cambio por nada o por casi nada en esta vida.

Autor: Pedro García Soldado




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