Rehalero desde la cuna.

Toda mi vida he crecido con perros de caza, hemos criado en casa mucho cachorros que las madres apenas tenían leche para criarles a todos, jamás vi maltrato alguno hacía ellos, por parte de mi padre ni de sus compañeros. Se los días que mi padre y sus compañeros después de viajar a kilómetros de casa para cazar, les anochecía buscando a sus perros.

Se del dolor que padecieron cuando alguno de ellos fallecía y cuánto sufrían si algún jabalí arremetía contra ellos y les rajaban. Se de las veces que mi padre se cargaba los perros a sus espaldas para  no dejarles en el monte o cuando estaban heridos y le decían al del puesto, puedo dejarte aquí este perro y a la vuelta lo recogemos y esto para que no sufriera más el perro. Se de los días de dedicación después de trabajar a su cuidado. Se de la ilusión que tenían en las próximas camadas, siempre pendiente de las "parieras" para que no les pasará nada a las perras. Es duro estar 365 días al año cuidando de tus perros con cariño y con esmero para que gente urbanita venga a decirte que no quieres a tus perros, que no te importan, que les maltratas, que les abandonan cuando ya no sirven. Recuerdo que siempre lo más viejillos morían ya de viejos en la perrera. Las veces que mi padre, los tiene en la boca recordándoles, "Pernales", "Boy", "Pirata" que a día de hoy se emociona al recordarles, y se  empañan los ojos, los momentos más difíciles que pasó junto a sus perros, que aprendió el oficio de veterinario y les salvo la vida a muchos de ellos, también de las alegrías que le dieron y le sacan una sonrisa en su recuerdo.

Cuando se desplazó hasta Madrid que le robaron sus perros y desde el sitio donde habían estado los perros y el no sabía que ya no estaban allí, les llamaba desde fuera para que lo escucharán.

Recuerdo a mi madre esperar hasta altas horas de la noche esperando a que mi padre regresará y aún no llegaba, noches malas de tormenta y lluvia y no llegaba. Y me decia... tú vete ya la cama.
Llegaba a casa "calao" de agua y ronco de llamar a sus perros, entraba a mi habitación a darme un beso, pero yo dormida no me enteraba. Al día siguiente madrugaba para volver a buscarle, hasta Puebla de la Reina volvió a bajar una vez al punto de la suelta y allí estaban sus perros. Llamadas de otros compañeros diciendo te hemos recogido tal perro y otra vez con la F6 a viajar a recogerles. Antes había más compañerismo, nadie criticaba tanto, se ayudaban y se enseñaban unos a otros, y lo que pasaba en el monte, en el monte se quedaba. El mundo de la rehala es muy gratificante, tanto como "exclavo", y digo exclavo por la dedicación diaria que te tiene que gustar y llevarlo en la sangre.

Pero que sabrán ellos, esos que dicen, urbanitas sillón, la vida de un rehalero, donde aprendes a ser responsable, humano, humilde, y a tener un vínculo con tus perros que eso no lo entiende nadie.

Las redes sociales nos hacen mucho daño, nos destruyen poco a poco ese mundo que amamos...
La caza

Autora: Maria Guadalupe Leza

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