Nunca pierdas la esperanza.


Un domingo del año pasado había ido de montería a un pueblo cercano, fue un día muy duro ya que el monte no estaba muy bueno. A esto se unía el mal día que hizo, por la mañana hacía un frío terrible y por la tarde un calor de muerte.

Al principio yo iba muy contenta y super animada, pero después de caminar varias horas y del esfuerzo que esto supone iba un poco alicaída porque no había visto nada. También me había arañado todo el brazo con una zarza. Mi padre no paraba de repetirme una y otra vez “venga no te desanimes, nunca sabrás lo que te puedes encontrar”. Buscaba animarme y comenzaba a contarme anécdotas que a él le habían pasado en otras monterías. Parecía mentira pero poco a poco me iba animando y mi esperanza de poder disfrutar de algún lance volvía a mí.

Justo en ese momento, y después de tres horas caminando más o menos, sin ver absolutamente nada, escuchamos un perro ladrando, y vemos como en frente, iba un jabalí con varios perros detrás, una imagen preciosa. El jabalí se defendía ante los perros y estos se levantaban y seguían tras él. En ese instante todo se me olvidó, la piel se me puso de gallina como se suele decir y me animé muchísimo después de ver esa preciosa imagen.

Me sentía satisfecha mientras seguíamos caminando por el monte, cuando unos cuántos de metros más adelante mis perros y los de mi compañero corrían ladrando perdiéndose en el monte. Lo único que se escuchaba eran los ladridos de los perros que habían hecho un agarre. Comenzamos a correr para llegar cuanto antes, mis pensamientos y emociones se entremezclaban por todo lo vivido ese día. Cuando por fin llegamos allí, yo no podía contener las lágrimas de la emoción, estaba desesperanzada hace poco y ahora mis perros me regalaban todos estos lances. Era increíble.

Tras el largo día, llegamos al coche. Varios perros no venían con nosotros y empezaba la larga espera para su vuelta. Nos quedamos allí hasta las 10 de la noche y sólo dos de ellos volvieron y tocaba volver a casa con lo que dejamos una chaqueta y un chaleco para que terminaran de acudir y poderlos recoger más adelante, deseaba que así fuera y me fui con preocupación pues nunca se sabe 100 por 100 lo que puede pasar.  Al día siguiente me desperté con la esperanza de encontrarlos allí, y por suerte cuando llegamos allí estaban los perros rezagados, estaban allí junto a la chaqueta.  Aquí y de esta manera concluía una montería muy especial donde se demostraba que nunca hay que desesperar, que al final siempre sale el sol.


Autora: Mariló Aranda



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