Montería en la Umbría del Platero

Nos encontrábamos a 29 de octubre, con la calor propia de principios de temporada que estamos viviendo en los últimos tiempos. Como siempre se dice, aunque no siempre se consiga, la intención era soltar temprano por el bien de las rehalas. El sorteo se realizó la misma mañana de la montería, en la explanada de la Assuan, y, tras saludar a la gente de la peña, nos dispusimos a comernos el plato de migas. Al puesto íbamos, como ya viene siendo costumbre, mi padre, María y yo. Esta vez le dije a María que iba a sacar el puesto yo, asumiendo toda la responsabilidad.

Bromeando con mi buen amigo Beltrán sobre el puesto que iba a sacar, aunque los dos sabíamos que le iba a tocar la mejor zona, se dirigió con total convicción hacia la mesa para sortear y, como no, directo a la mejor zona. Cuando oí el nombre de mi padre, me entró el nerviosismo propio de antes de sacar un puesto, siendo ese día mayor, no por que pudiéramos tirar o no, que en ese momento para mí era secundario, sino para que no nos tocara la armada del rio puesto que nos habían dicho que había que ' mojarse los pies' y sinceramente no me apetecía dicha hazaña. Tras meter la mano, saque la armada de los Valsequillos, el número 2, cosa que ya me tranquilizaba, pues mis pies, y los de mi novia, iban a estar soleados toda la mañana. La cara del 'Presi' empezó a ponerme nervioso porque me dijo que era un buen puesto, y sobre todo precioso, que después me corroboraron otros socios de la peña.

Tras comentar con mi padre y María el puesto partimos para la finca, con algo de retraso porque había niebla en la mancha. Nuestra armada entró por la puerta de los Valsequillos, que como sabemos, esta junto a la de la Umbría. Cuando llegamos al puesto, bajamos rápidamente la infinidad de bártulos que como siempre acostumbramos a llevar, porque al ser un cierre, había que disponer todo rápidamente para la posible salida de las reses a primera hora. Una vez ya todo preparado, me di cuenta de que no exageraban los que me dijeron que el puesto era precioso, era difícil mejorarlo, teníamos enfrente 2 cerretes de chaparros mezclado con monte bajo de jaras y aulagas, que nos ofrecían testeros de variada distancia, desde 100 a 300 metros aproximadamente.

En el puesto número 1 tenía a mi buen amigo Javi, que al poco de empezar la montería ya se le escucho tirar, lo que presagiaba una buena huida de reses por nuestra zona. Antes de soltar los perros, una pelota de reses ya rodeaba nuestros testeros, pero para nuestra desgracia, eran hembras y un pequeño vareto.

Con la suelta de los perros dio comienzo verdaderamente la montería. Cuando llegaron los primeros punteros a nuestra zona, subió la tensión, porque sabíamos que en aquel monte tenía que haber algún cochino encamado, y así fue, mi padre y yo dijimos al unísono ¡El cochino!, y este, en su alarde de gallardía, nos enseñó el culo y se metió en otro pedazo de monte que teníamos en la corona del cerro. Tras un rato en el que no se me quitó de la cabeza aquel cochino, lamentándome de nuestro infortunio porque parecía un cochino aparente, los perros en un grandísimo trabajo, levantaron de aquel cerro al macareno, que haciendo gala de la astucia que se le presupone a los suidos, emprendió una carrera en diagonal. No conseguía clarearlo bien, ya que se iba tapando con las cabezas de las encinas, intentaba avisar a mi padre, para ver si él tenía mejor fortuna que yo para poder intentar cortar su carrera, pero finalmente, María acudió a nuestro rescate indicándonos la trayectoria que llevaba el animal en un intento de huir de los canes, y tras desaparecer detrás de una encina, entre el monte de jaras, por la parte más alta y sucia del testero, lo esperé con el visor a la salida de la chaparreta y conforme cruzó el pequeño claro que había entre encina y encina solté el tiro, con mucha intención pero sin la certeza que de que efectivamente pudiera haber alcanzado al marrano.

Mi padre decía que le había parecido ver moverse las jaras donde pasó el cochino, pero no teníamos la seguridad de que estuviera allí el animal abatido, los perros cortaron la ladra, pero no se pararon en el tiro del animal. El resto de la montería transcurrió sin mucho ajetreo, con alguna que otra cierva correteando por aquella zona, y un servidor que pasaba de la euforia, a irse diluyendo mi esperanza de haber matado el cochino, debido a que los perros una vez de vuelta, y por el excesivo calor que hizo ese día, pasaron por el tiro sin pena ni gloria, por lo que mi esperanza ahí prácticamente se acabó.

Mi padre me dijo que si iba a ir al tiro, y yo me lo pensé, debido a lo escarpado del terreno y a la distancia a la que se encontraba, pero María de nuevo me animó y me dijo que ella me acompañaba por lo que, nuestro puesto vecino se ofreció a llevarnos hasta el camino donde se cortaba la malla, para que se nos hiciera algo más afable. Tras un buen rato caminando, llegamos hasta el pie del cerro donde me indicaba mi padre desde el puesto, y mirando a mi guapísima acompañante le dije, ahora nos toca subir. No se hizo nada fácil porque las aulagas y las jaras no dejaban avanzar, por lo que tuve que coger a mi compañera de pisteo para poder llegar hasta el tiro. Una vez allí, después de las indicaciones de mi padre, mire hacía la jara donde había entrado el cochino y efectivamente ¡ESTABA ALLÍ!, pegue un grito avisando a mi padre que se enteró toda Sierra Morena, pero no era para menos, después del lance, la caminata y el trofeo me sentía en el pico máximo de felicidad. Al verlo vi un cochino impresionante (que finalmente sería un navajero bonito, pero en aquel momento...), lo arrastre con la ayuda de María hasta una zona algo más visible, dentro de lo sucio de la zona y....se me habían olvidado las bolsas para marcarlo, pero en aquel momento daba igual, deje la gorra naranja que llevaba como marca. Ya de vuelta hacia el coche, le daba las gracias a María pues ella primero me lo fue 'cantando' y después me animó a ir al tiro, por lo que ese cochino era tan mío como suyo, pues yo solo ejecute el lance.

Cuando llegué a la junta algunos amigos ya sabían que había matado un navajero, por lo que esperamos a que llegara a la junta de carnes, sentados en la mesa con Beltrán, Gerardo, María, mi padre, Rafael (que gracias a dios por fin nos acompañaba en nuestras jornadas cinegéticas). El cochino llegó de los primeros, y tras un buen rato intentando abrirle la boca, cosa que consiguió Beltrán, nos dispusimos a hacernos las fotos de rigor. Dar las gracias al trabajo de las rehalas, que como ya se sabe sin ellas no habría montería, a los amigos que me acompañaron en este día que siempre me quedará en el recuerdo, a mi novia por acompañarnos en nuestras jornadas de caza, participando tan activamente, y como no a mi padre.


Autor: Alvaro Martín @lancesyagarres

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