El primer macareno y el portillo


Corría el año 2000, en concreto el día 22 de octubre, domingo. Era ese maravilloso momento en el que comenzaba la veda general y en el que los cazadores de nuestro país amanecían con ese característico hormigueo en el cuerpo horas antes de la salida del sol.
Nos situamos en Villar de la Yegua, municipio en el que se encuentra el Yacimiento Arqueológico de Siega Verde, en plenas arribes del Río Águeda en Salamanca y cuya población actual es menor a 200 personas.

El acotado había incluido el jabalí en sus planes cinegéticos muy pocos años atrás, ya que a este peludo jamás se le había conocido por estos lares, estando presente en las sierras salmantinas desde las que había comenzado su expansión, en gran parte debido al abandono de nuestro medio rural.

En pleno crepúsculo el viejo macho atravesaba raudo y veloz el monte del municipio con el fin de llegar a su encame antes de las primeras luces del alba.

Mientras tanto nuestros tres protagonistas, el pequeño Manuel, su padre Fernando y Antonio ya se encontraban camino al monte con sus inquietos perros conejeros en el remolque. Al llegar, aún no había despuntado el día completamente, pero ya se empezaba a ver, por lo que abrieron a los pequeños podencos en una zona de viñas donde los conejos y las liebres se movían a sus anchas y donde dio comienzo una jornada cinegética que jamás olvidaríamos.

El día estaba claro y frío, de hielo. El terreno tenía buena pinta y podían verse dibujadas sobre el hielo las huellas de la fauna nocturna. El pequeño Manuel era aficionado al video y la fotografía, apenas pasaba el metro y medio y mientras se cazaba siempre se situaba detrás de los mayores, esperando su momento de gloria. De repente, como siempre de sorpresa, arrancó una liebre entre los viñedos y los perros veloces siguieron su rastro hasta una zona de matorral que tenían al lado. El terreno estaba cercado con una pared de piedra, y hacia allí que se lanzaron. Les sucedía de forma metafórica el guiño que se comentaba en el Lazarillo de Tormes: “Donde menos se piensa, salta la liebre”.

Fernando se adelantó, dejando al joven Manuel subiendo a la pared de la parcela con cámara de  video, bocadillo y nervios, sí amigos, muchos nervios. El caso fue que se quedó sobre la pared, esperando a que llegara Antonio y/o que le dieran la vuelta a la liebre con el fin de filmarla. De pronto la pared se vino abajo surgiendo un buen “portillo”, y teniendo que escuchar los reproches de Fernando, que acababa de subir en una peña que tenía una diminuta zarza debajo. Éste se quedó rezongando y gruñendo cual jabalí. Mientras tanto el chaval, contando con una futura regañina, iba a comenzar a recomponer la deteriorada pared.

Los podencos seguían con la liebre, ya lejos, seguramente dándole una buena carrera a la rabona. Posteriormente llegó algún can y los tres compañeros se dieron voces para advertirse de que esta liebre ya estaba perdida. Tras estos comentarios, Fernando observó una pequeña oscilación en la zarza, de escasamente un metro, que tenía bajo la roca en la que estaba subido. Especuló con que pudiera ser por algún pájaro, pero al mirar alrededor no vio ninguno, entonces pensó en los ansiados conejos, incluso en que fuera un animal mayor, como un zorro, sin embargo desestimó esta opción porque llevábamos 10 minutos dando voces y haciendo ruido prácticamente encima.

Estas elucubraciones se iban a resolver rápidamente, en cuanto el pequeño zarzal que tenía al lado se elevó en un salvaje estruendo que nos impactó, nunca habíamos visto nada así. Un gran macareno levantó el zarzal imponente y salió bruscamente del lugar que lo había cobijado por unas horas, recibiendo un tiro con perdigón que le dejó seco.

Los compañeros caminaban hacia el lugar exacto, para ver aquel primer verraco a sabiendas de que iba a dar que hablar. Los podencos, se acercaban reticentes, con una sensación mezcla de temor y curiosidad, mientras ellos, comentaban la acción y que era su primer jabalí, y vaya jabalí, pesaba más de 100 kg. Sorprendente, se hace pensar, cómo el animal pudo aguantar tanto rato a su lado, cobijado solamente por una zarza que tenía poco más de un metro. Sorpresas venatorias.

Y tras esto amig@s, levantamos el portillo!



Autor: Miguel A. Bernal @miguefores



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