Gota a Gota




Preámbulo. El Macho del Barranco del Infierno

Tumbado en el suelo, lamo gota a gota el agua que parece llorar una roca y por doquier hay excrementos de otros animales -pues yo no soy más que uno de ellos en este su terreno- que han pasado por este lugar en busca de este vital elemento. Es una locura. Pero lo necesito de forma imperativa.

1. ¿Pero qué estoy haciendo?

Sé que tengo alta probabilidad de enfermar (como así será) contrayendo algún tipo de bacteria o parásito de esta tierra que estoy intentando exprimir, pero no tengo otro remedio. Han sido más de diez horas caminando por una de las montañas más vírgenes que aún quedan en la península ibérica.

Más de diez horas sin haber comido ni bebido nada, pues a veces las circunstancias se encadenan de tal modo que impiden el ejercicio normal de las pautas preestablecidas.

Fuimos 4 valientes, cuatro, los que en la caza del macho montés de este relato habíamos llegado al límite de nuestras posibilidades y ese intermitente y exiguo hilo de agua era el único reactivo que podía darnos las fuerzas justas para llegar al final de la jornada.

2. Cazando

Son apenas las siete de la mañana. 8 grados bajo cero. Cielo azul y falta de viento, tras tres días previos de tormenta. Perfecto para cazar. Estamos ya en lo alto de la Sierra de Segura, terreno que dominan tanto el Guarda Mayor que nos acompaña -José María, eres entrañable, aunque lo quieras disimular- como nuestro guía para esta ocasión del club Tierra Caza, Pepe Juan De la Moneda - criado entre estas sierras y barrancales.

Con el coche de la guardería llegamos hasta lo alto de uno de los picachos que dominan esta belleza de paraje. Desde allí haremos una pequeña asomada a un amplio valle desde donde esperamos poder empezar a ver los primeros animales y preparar nuestra estrategia.

Bajamos del coche, pero dejamos todos los bártulos aún en el mismo a espera de definir, una vez hayamos usado un buen rato nuestros prismáticos, la estrategia, terreno y animal a cazar. Por si acaso, porque en esto de la caza nunca se sabe, cojo el rifle y 4 balas. Vaya a ser que nuestro macho esté a la vuelta de la esquina.

El mirador es impresionante. Domina kilómetros de extensión y nos sentamos a trabajar ojos. Con los nuestros, aún desacostumbrados al campo que nos rodea, nos cuesta localizar los primeros ejemplares, incluso con la ayuda de nuestros prismáticos.

De repente Jose María interrumpe nuestra ensoñación visual para avisarnos que ha detectado un buen macho, que cumple sobradamente con los criterios selectivos de nuestra cacería, y que se encuentra encelado tras unas hembras no muy lejos de nosotros, a unos 800 metros por debajo en la ladera que tenemos enfrente.

Sin pensarlo ni discutirlo, pues hay muchas ocasiones en que con una sola mirada las decisiones se toman y ejecutan, iniciamos su rececho, pensando que podía sernos relativamente sencillo recortarle al animal 500/600 metros para lograr una distancia razonable de tiro. Tras casi cuarenta minutos de sigilosa entrada logramos situarnos de forma casi paralela a él. Mido la distancia. Nos separan 233 metros. Hay que intentarlo. Estamos escondidos tras unos chaparros y pinachos bajos, pero para poder tener opción a tiro necesito descubrirme, junto a Pepe -el fiel cámara que me acompaña- y confiar en que los animales no se asusten y nos den esos segundos que nos hacen falta para meter al animal en la cruz y efectuar un disparo con garantías de abate. Lo vamos a intentar.

Una de las hembras da la voz de alarma y decide llevarse al grupo consigo, macho incluido y en tres saltos se escapan de nuestro sueño. No ha habido opción. En apenas 4 segundos no queda un alma en este escenario que prometía ser el de nuestro lance.

Recogemos y analizamos los aciertos y los fallos de nuestra entrada. Hay que aprender, pues de cada lance fallido hemos de sacar una conclusión para que no nos vuelva a suceder. Aunque cada vez las causas, motivos y desenlaces sean distintos.

3. Catarsis

Y de este macho, cuya entrada y rececho nos pareció muy sencilla y rápida en inicio, pasamos a otro macho, localizado apenas 15 minutos después, aunque a una distancia muy considerable. Le entramos también, pero de nuevo sin éxito, pues los animales nos volvieron a detectar en la entrada final.

Y de este nuevo macho, nos fuimos a otro. Encadenando una entrada tras otra en un gozo de día de caza. Montaña a montaña. Valle a valle. Risco a risco. Hora tras hora.

Y la mente se nos distrajo a todos los miembros del equipo, a los cuatro, hasta que tras más de diez horas cazando, y sólo cazando, nos dimos cuenta de que las fuerzas tienen un límite.

En nuestra borrachera cinegética, pasional, embriagadora, no habíamos comido ni bebido nada y habíamos gastado todas nuestras reservas energéticas, hasta el punto de comenzar a tener problemas físicos.

En estas estamos. Tumbado en el suelo. Lamiendo desesperadamente la roca que sería la salvación que nos permitiera llegar hasta el punto de inicio, donde habíamos dejado el coche, la comida, la bebida y resto de achiperres.

Y aquí me encuentro, escribiendo estas líneas quince días después padeciendo una lastimosa urticaria epidérmica seguramente consecuencia de aquella salvadora caliza que lloró lágrimas de agua en el recuerdo de aquella cacería del macho montes de la Sierra de Segura que yacía a nuestros pies.

Trofeo representativo de uno de los recechos más bellos y puros de los que he podido realizar hasta la fecha en nuestro país.




Autor: Luis de la Torriente

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